domingo, 7 de octubre de 2018

VIGÉSIMO QUINTO CAPÍTULO

VIGÉSIMO QUINTO CAPÍTULO



Porque quiero que me expliques qué es mirar con ojos de Niño
Abordar este capítulo me ha llevado kilómetros y kilómetros de pensamientos, confieso que la única forma que he encontrado, ha sido a través de la historia que vas a leer seguidamente.
Puede que el mirar con ojos de niño quede reservada para ellos pero, me resisto a creer que así sea y que haya tantas personas condenadas a no volverla a tener.
Cuentan , como si de aquella película tan bonita se tratase, que un día, un Maestro, cansado de ir arrancando días de su vida, comprobaba uno tras otro, cómo sus ojos perdían cada vez más chispa, ya no iba al colegio con la ilusión que lo hacía años atrás.
Este maestro vivía atormentado porque no encontraba la forma de solucionar todo aquello que estaba viviendo.
Un día alguien le contó de la existencia de un señor que, según decían lo sabía todo y ofrecía solución a todo y, algo escéptico decidió emprender un viaje, un viaje muy, muy largo para ir a visitar al Creador de la Sabiduría (como se le conocía).
Era un viaje duro porque tenía que estar dos días con sus noches, andando por unos parajes abruptos y llenos de espacios, cuando menos inquietantes. Aún así, no le importó lo más mínimo.
Llegado el día, nuestro maestro alcanzó su destino y cuando el Creador de la Sabiduría lo recibió, se mostró, intranquilo, expectante y cuentan que hasta con un poco de desconfianza.
El maestro le expuso su caso y el encuentro duró apenas unos instantes, lo que hizo que nuestro maestro se encendiera sobremanera y hasta llegó a levantarle la voz al Creador y poner en duda su sabiduría.
El motivo de su reacción no fue otro que la respuesta y posible solución que le ofreció:
-Sólo tienes que hacer dos cosas. La primera es entregar este sobre a cualquier niño de tu clase. La segunda es que le plantees a ese niño lo que te sucede.
Él, que había, tras mucho tiempo sopesándolo, decidido realizar ese viaje, no se podía creer lo que le estaba ocurriendo, como si alguien le estuviera gastando una broma o se estuvieran burlando de él.
Aún así regresó de aquel viaje y de aquella experiencia. Obviamente, no hizo de inmediato lo que el Creador le pidió, su vida, lejos de cambiar, seguía sumida en un valle de miradas desesperanzadas, cada vez más triste.
Y el caso es que todos los días llevaba, en uno de los bolsillos de su chaqueta a cuadros, aquel sobre pero no quería dar el paso, se resistía a creer que aquello pudiera tener la solución para volver a mirar con ojos de niño.
Pero una mañana, cuando tocaba el timbre para el recreo, nuestro maestro se acercó a Francesco,  uno de los niños de su clase, se agachó y :
-Francesco, se que ahora es vuestro tiempo "sagrado" el patio pero...¿te importaría esperar un instante? necesito darte algo y contarte una cosa.
Ni que decir tiene que el alumno dibujó una sonrisa en su rostro y con ella contestó.
El maestro, tras explicarle lo que le había sucedido, le entregó el sobre del Creador de la Sabiduría. Francesco lo cogió entre sus manos, no lo abrió y mirando al maestro comenzó a hablar:
-Maestro, por favor (queremos que nos hablen así cuando, lo que hacemos los maestros es mandarles y mandarles, todo lo contrario) siéntate en tu silla por un instante.
El maestro así lo hizo.
-Ahora, por favor, ven a sentarte en  mi silla, yo me sentaré en la de mi compañera.
-¿Ves? ahí empieza tu problema.
-No lo entiendo.
Repuso el maestro.
-Muy sencillo.
Y Francesco como si del mejor pedagogo de todos los tiempos se tratase, continuó:
-Los mayores pensáis que por el hecho de sentaros en sillas altas, las mismas que os proporcionan una perspectiva de alturas, pensáis que es la forma de tener todo bajo control y no caéis en la cuenta que, donde se cuece todo es aquí abajo, en nuestras sillas y en nuestras miradas. Porque, corréis un riesgo muy grande, el olvidar mirar hacia abajo y de esa forma también olvidáis el niño que fuisteis.
Pero antes de continuar, maestro, necesito que haga una cosa más, ¿estaría dispuesto?
-Claro que si.
Respondía el maestro con la voz entrecortada.
Francesco continuó:
-Maestro, por favor, quítate el reloj de la muñeca y guárdalo en el bolsillo, no permitas que el tiempo sea quien viva por ti. Para volver a recuperar la mirada de un niño, eres tu quien debe darle vida al tiempo. La mirada de un niño no entiende de prisas y tu vida se ha montado en un tren de alta velocidad que te está llevando a ninguna parte.
-Maestro aparca todo lo que sabes porque muchas veces se convierte en el peor enemigo, al hacerte pensar que ya pocas cosas pueden sorprenderte cuando, todas las mañanas tienes nuestras miradas y has olvidado mirarlas, dejaste atrás el entusiasmo, la ilusión y las ganas de aprender a ser niño de nuevo.
Dicen que el recreo estaba terminando y que fueron muchas más, las pautas que Francesco estuvo dando a su querido maestro pero, quiero quedarme y compartir contigo la penúltima:
-Maestro, ¿estarías dispuesto a jugar conmigo?
-Si, por supuesto que si.
Una afirmación mezcla de ansiedad, de inquietud y admiración (aquellos ojos, aquella expresión, aquella mirada se estaba vistiendo de nuevo de muñecos, pelotas, palas, cromos...)
-Maestro, mañana cuando entres en clase, todos nosotros te daremos una fotografía tamaño carnet y jugaremos a poner cada foto, en cada uno de los cuadros de tu chaqueta, hasta llenarla. Ya verás como cuando te la vuelvas a poner todo será distinto.
El maestro con lágrimas en los ojos ( las mismas que las tuyas cuando miras a uno de los tuyos. en clase, con ojos de niño) intervino diciendo:
-Francesco, no se cómo darte las gracias, eso sí, no olvides el sobre.
Francesco con la ternura de unas manos llenas de niñez, abrió el sobre y de él sacó un folio donde estaba escrito:
-Hoy has hecho que tu maestro conozca a uno de los grandes Creadores de la Sabiduría. Gracias Niño.
Dedicado este capítulo a Francesco Tonucci y por ende a todos los niños y niñas del mundo, sin importar edades.
¡¡¡Felicidades!!!

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