martes, 3 de julio de 2018

OCTAVO CAPÍTULO

OCTAVO CAPÍTULO


Porque quiero creer que, a pesar de no ser el mejor maestro, ellas y ellos sí lo piensan.
¿Qué es ser maestro?
Es tener vocación de servicio, ser facilitador de aprendizajes, ejemplo de alumnos, guía para ellas y ellos en sus vidas.
Ser maestro requiere esfuerzo, dedicación y sacrificio ( aquí perdón, pero me tengo que reír porque, ojalá que todo sacrificio, en esta vida, fuera ver sus sonrisas).
Ser maestro implica todo aquello que, en ocasiones, te lleva a vivir desterrado de tu familia por un incompetente sistema y, bien sabe Dios que, echaría fuego cada vez que me toca hablar de un ¿sistema? donde se premia, donde parece que la valía es el reconocimiento, deben llegar porque algunos individuos otorgan un reconocimiento que previamente está casi establecido.
Gracias a Dios, que el maestro vierte amor, es consejero y médico, psicólogo y fontanero, albañil...
El maestro es bla, bla, bla...
Debo verter amor porque el Amor nace en sus vidas cuando aún ni ellas ni ellos existían, cuando todavía ni " Son" y en un canto de caricias, llegan. ¿Cómo no intentar amarles?...
Debo ser consejero pero, jamás dirigirme a ellas y ellos sin antes escucharles y, en esa escucha, muchas veces, el mejor consejo es hacerles ver que no tengo varita mágica para consejos que solo, el acompañarles puede ser ese bálsamo que necesiten. Que han de ser ellos quienes den ese paso. que el ser consejero no lleva implícito la capacidad ni la " torpeza" de ofrecerles lo que han de vivir por sí mismos.
Leo y leo, me quedo absorto en la filosofía de Sócrates y de su discípulo Platón. El primero, analfabeto y capaz de desarrollar los temas más profundos relacionados con el hombre. Habla de sagrada misión cuando se refiere a la enseñanza y, es aquí donde suelto el anzuelo de mi alegría para hablar, de quien, para mi, es el Maestro de entre todos los maestros, aquel que intentó enseñar aún con los brazos en cruz.
Debo ser médico de tristezas e inquietudes, de inseguridades... ese que con caricias, sana el dolor de la incomprensión, del no entender que quienes desean aprehendernos son ellas y ellos porque nos ven como ese ser que les trasporta a ese lugar que sueñan despiertos. Médico de conflictos donde la patología sea no ofrecer terapias llenas de humos y teorías insufribles y sí de tiempos y miradas, de acercamientos y perdones que germinan en ellos y que no hace falta provocarlos.
Debo ser psicólogo pero no de ellas y ellos sino de mí mismo, porque viendo como disfrutan, descubro mi gozo y crecimiento, mi exigencia por darles cada vez más, por ser ese maestro que ven. Soñando por encontrar excusas para seguir aprendiendo.
Debo ser fontanero para intentar saber qué instalación es la más apropiada para abrir el grifo de la empatía, de esa comunicación que no necesita palabras. Para saber que, aunque haya que subir plantas, lograremos que el caudal de la alegría corra por todos los conductos de cada poro de ellas y ellos hasta el punto de creer que conocen cada tramo de su vida interior.
Debo ser albañil para mimar cada ladrillo y apreciar sus cualidades. Para cantarle a la arena, cuando es besada por el agua y el cemento, cuando en su baile logran la magia de una mezcla perfecta, porque quiero ser ese albañil que descarte diferencias y acaricie cada mañana qué es ser Niño.
Y quiero ser... porque en ese querer, aún no logro ser capaz de encontrar cómo crecer, ni pensar, ni imaginar cómo para ellas y ellos soy el mejor maestro. Como tú.
En este capítulo, la imagen que empleo es para hacerme recordar que, sois vosotras y vosotros quienes la forman.
Un capítulo más, GRAAACIIIAAAAASSSS y recordaré siempre que:
Qué distinto es trabajar de maestro a intentar vivir como maestro porque, esta última, es la forma más bella de gritar al mundo que serás un alumno eterno.