CAPÍTULO DECIMOCTAVO
Porque quiero que las manos sean para abrazar y no para alzarlas al hablar.
La Real Academia de la Lengua dice que gesticular implica el movimiento del rostro... junto con la cara, las manos son la parte del cuerpo que más significados añade a nuestras conversaciones.
¿Te imaginas a tu hija de solo un "añito" alzando los brazos hacia ti y que tú interpretases que te está pidiendo permiso para abrazarte? Pues no, claro que no, son movimientos espontáneos, movimientos que obedecen a un apego, a una necesidad de comunicación, a la búsqueda de seguridad, de ternura, de amor, de sentirse bien.
Pues esa niña fue creciendo y un día, en clase, le preguntó al maestro:
- Maestro, ¿tu me quieres?
Obviamente el maestro se vio en una situación comprometida e inesperada y, tras unos segundos que se le hicieron algo largos, le contestó:
- Si, claro que te quiero pero... ¿por qué me haces esa pregunta?
La niña respondió:
- Porque cada vez que tengo que levantar la mano para expresarme, para contar algo, no se pero siento que las distancias cada vez se van haciendo más grandes y que en ellas se va escapando ese cariño, yo te quiero mucho maestro pero siento como te escapas en cada mano alzada...
En algún capítulo anterior, casi que de pasada, abordé esta cuestión y, es ahora cuando quiero entregar mi alma con una sencilla pretensión. Si estamos en esta oleada de coach, cuando tantas innovaciones en pedagogía, aunque algunas lleven ya varios siglos, aportaciones de la psicología, la neurociencia, ¿por qué no se "arranca" desde los cimientos?
Si el ser humano es eminentemente un ser social, vamos a llevar al aula la forma de interrelacionarnos sin la necesidad de marcar ni distancias ni diferencias al alzar la mano.
En una clase, una maestra, tras mostrar las normas de clase, en una de sus primeras tareas, al iniciar el curso, una de ellas era precisamente la de levantar la mano antes de hablar. Tras la primera semana de clase, aquello parecía un "huerto de antenas" y cada cual, como si de una perfecta instrucción se tratase, intervenía.
Algo ocurrió ese día que cambió el rumbo, para siempre, de aquella maestra. En plena discusión, entre ellos, la maestra intervino pero rápidamente fue interrumpida por una niña:
- Maestra perdona pero no puedes participar.
La maestra con una mirada desencajada y envuelta en mezcla de asombro y rabia contenida, miró a la niña y le preguntó:
- ¿Cómo que no puedo intervenir?
- Muy sencillo.
Repuso la niña con una ternura semejante a la sonrisa de un niño.
- Maestra, no tenías levantada la mano...
No puede ser que pongamos normas y los primeros en incumplirlas seamos nosotros.
Abogo por ese cambio donde la libertad de intervención, venga precedida por una mirada de respeto y hasta casi que de admiración por el resto de la clase. En situaciones donde tanto ellos como nosotros aprendamos a ceder la palabra y descubrir que en muchas ocasiones (por no decir siempre), lo que ellos tienen que contarnos sea más importante que lo que le digamos nosotros.
Las clases deben dejar de parecerse a la Gran Vía con un montón de manos alzadas porque en ese contexto, es comprensible pero ellos, en sus aulas, eso no lo quieren. No creo que quieran montar en un taxi que les lleve a contenidos, a experiencias preciosas y que tras un breve viaje en sus vidas, se olviden de él o de ella, porque con tanta mano alzada, se les privó de una comunicación preciosa. Ellos lo tienen tan tristemente interiorizado que no entienden que sea un recurso tan pobre para interactúar, cuando precisamente creo que son ellos los que deben enseñarnos a comunicarnos mejor a los adultos porque... en los recreos, juegan, discuten pelean, sueñan, lloran y no veo una sola mano alzada para intervenir y ya de paso, sería también una estrategia maravillosa para abordar la atención a la diversidad, a conductas un tanto impertinentes, alguna actitud desafiante como otras tantas.
Creo firmemente que pueden ser los verdaderos reguladores de todas esas situaciones desde el diálogo y acuerdos pero nunca con las manos alzadas. Y por supuesto que evitando el protagonismo de unos y la sumisión de otros, siendo esa la única norma, por así llamarla, que deberíamos establecer en la convivencia.
Creo que con un programa de concienciación, desde las edades tempranas, la situación experimentaría un lindo giro en poco tiempo, ya que el ritmo de interiorización y aprendizaje que tienen, viaja muchísimo más rápido que el nuestro.
Según Allan y Barbara Pease en su libro El Lenguaje del cuerpo, ",,, existen más conexiones entre el cerebro y las manos que con otras partes del cuerpo..."
Y qué triste es que el cerebro de un niño dicte una orden y que se ejecute para ese fin (¡antes de hablar, levanta la mano!)
Porque uno de los 100 motivos por los que quiero ser maestro es porque quiero que me enseñen, que me muestren que están capacitados de más, para apartar de mi esa idea que ronda en mi interior y me dice que es una pretensión utópica y cuando menos pasajera.
Estamos en la era de la tecnología y ya hasta saludamos con el móvil en mano pero, ¿te imaginas la mano alzada en una conversación telefónica? sin una presencia física, si se me permite, sería una situación ridícula. Pues eso, eso es lo que siento cuando veo clases así y hasta nos permitimos la licencia de presumir de disciplina, de respeto, de educación... cuando se está desaprovechando uno de los recursos comunicativo y expresivo más maravilloso y preciado que tenemos el ser humano, la mirada, esa interacción "cayada" que simplemente con cruzar los ojos, ya sabemos quien va a intervenir en ese momento.
Me gustaría ayudarles a descubrir que las manos, como me gusta llamarlas, son "las terminaciones sensitivas del corazón" y es por ello que deseo que se hable con ellas, que se acaricie con ellas, que se abrace con ellas, que se recoja la lágrima de una compañera con ellas, que abra la puerta para cederte el paso, que partan el "bocata" para compartirlo, que siembren alegría, que te regalen su colaboración...
Y que el cerebro, que es realmente el que regula todo este infinito campo emocional que somos, borre de una vez para siempre esa orden.